Cuando un estudiante se apunta a una escuela de Artes Marciales, debe saber que tiene unas normas, un código ético, unas costumbres, y un método de enseñanza. Si comienza a entrenar… es porque las acepta. Y si tiene que examinarse, ser supevisado por su Maestro o por un tribunal de grados, tiene que hacerlo… ¡y punto! Sino, que se apunte a fútbol… o a ping-pong.
No respetar las reglas, es motivo de discordia dentro de un Dojo. Perjudica la buena marcha de la escuela, el ritmo de sus compañeros, y el del propio estudiante. Si no te importan los grados… ¿qué problema tienes en examinarte?
Es como ir a la autoescuela y decir, quiero aprender a conducir, pero no tengo intención de respetar las normas de circulación…
También se da el caso de estudiantes que siendo examinados o no por sus respectivos Maestros, son promovidos a un grado superior, aun cuando ellos mismos no se sienten preparados. Para ellos estar a la altura se convierte en una gran responsabilidad y una motivación extra para dar un poco más de sí mismos y alcanzar el nivel que ellos suponen que deberían tener para ese grado que se les ha otorgado.
Y es que “cada maestrillo tiene su librillo”, y aquí, el primer error del alumno es no venir “con el vaso vacío”, como decía Bruce Lee, es decir, ir a una escuela de Artes Marciales y pretender imponer al profesor condiciones sobre las que aprender bajo el lema “como yo pago, yo decido”.