Defensa personal íntegra (parte 4)

Defensa personal íntegra (parte 4)

miedo

Miedo

Cuando se toca el tema de hacer frente a una agresión aparece en el sentir general una preocupación generalizada: el temor a que aparezca el miedo en el momento de la acción defensiva. En realidad sentir miedo no es tan malo como pudiera pensarse, es algo inevitable y, por otra parte, necesario, a no ser que este se transforme en pánico, esto es, un temor paralizante que nos impida la defensa o, en su caso, la huida.
 
Por otra parte, las causas de la conducta del miedo han sido estudiadas por científicos, expertos y especialistas desde los más diversos ángulos, sobre todo desde el punto de vista biológico, psicológico y sociológico, todo lo cual nos da una correcta comprensión del fenómeno del miedo.
En general, el miedo aparece cuando en ciertas circunstancias tenemos la sensación de que el entorno que nos rodea nos supera, generando con ello impotencia, inseguridad y desasosiego. Esto ocurre cuando el individuo comprende sus limitaciones y es consciente de su impotencia ante el eventual ataque de un agente externo (ya sea humano o producido por la naturaleza), produciendo tres tipos de conductas claramente diferenciadas: agresiva, de huida o de inacción.

EL MIEDO VISTO POR LA SOCIOLOGÍA

El miedo es en realidad un milagro de la evolución que está plenamente enfocado hacia la supervivencia del individuo más débil, lo cual supone una conducta adaptativa diseñada para superar amenazas.

Del mismo modo que el dolor aparece cuando algo dañino ataca nuestro cuerpo, la sensación de miedo aparece con las situaciones que entrañan peligro y amenacen a la persona, el problema aparecerá cuando surjan miedos irracionales y fobias que bloquean el pensamiento racional.

En la naturaleza salvaje podemos ver que existen dos clases de seres vivos: los cazadores y los cazados. En los cazadores aparece el instinto primario de la agresividad con la que, debidamente dirigida, les permite cazar sus presas; mientras que en los cazados aparece el instinto primario de la conservación de la propia vida, y con ella el miedo, que les permite escapar del ataque de los depredadores, incluso, en algunos casos, el cazado, gracias a ese miedo, sobre todo si está acorralado, hace frente al cazador y hace huir a este, incluso, en algunos casos, aquel que iba a ser cazado acaba con la vida del cazador.

El género humano, nacido básicamente como cazador, ha poseído el instinto del miedo desde el principio de los tiempos pero, con la aparición del concepto tribal del grupo recolector y, posteriormente, del grupo de caza, el hombre tuvo que ir evolucionando poco a poco de cazado a cazador, desarrollando una agresividad que, nacida del miedo primigenio, fue aislándose y tomando forma.

La evolución de esa agresividad, nacida del miedo, fue paralela con la evolución humana, por lo que, a lo largo de los siglos, se ha demostrado que el hombre, lejos de ser valiente o cobarde, es tan solo un miedoso agresivo, pues el miedo y la ira son solo las dos caras de una misma moneda. Cuando leemos en el periódico, o visualizamos en el televisor, la noticia de un asesinato, o de una injusticia, aparece un sentimiento colérico ante los hechos relatados en la noticia, pero en realidad esta cólera sentida a nivel consciente es meramente miedo emitido a nivel subconsciente, ya que el instinto de conservación nos está preparando para enfrentarnos a la agresión percibida a través de los medios de comunicación, y que el subconsciente traduce como un peligro inminente.

Los conceptos tan manidos de valentía o cobardía son un engaño de la civilización que ensalza a los valientes y desprecia a los cobardes, cuando en realidad estos conceptos no existen, el miedo es lo único constante en este juego del hombre frente a la violencia; el valiente héroe de cien batallas que diga que nunca ha sentido miedo es un mentiroso patológico, ya que el miedo está en la propia naturaleza del hombre, pues el hombre, como antes he dicho, es un mero cazado que ha evolucionado a cazador. ¿Qué diferencia marca al valiente del cobarde? Tan solo una, frente a la violencia, al aparecer el instinto de conservación que es el miedo, el primero se aprovecha del miedo y lo convierte en agresividad para defenderse y acabar con aquello que le amenaza, mientras que el llamado cobarde aprovecha el miedo para huir.

Por cierto, una retirada a tiempo no es síntoma de miedo sino de precaución, ya que ésta consiste en una valoración previa a una situación prevista, en la que puede darse como solución la evitación. No es miedo pues precede a la situación y a la sensación temerosa que pueda provocar ésta. Las distintas fases serían como siguen: primero, precaución, después, si la situación se hace real, enfrentarse primero al miedo, superarlo y vencerlo para, después, finalmente, responder adecuadamente.

LA PSICOBIOLOGÍA DEL MIEDO

¿Por qué digo que el hombre se aprovecha del miedo para su autoconservación? La respuesta es sencilla, el miedo es tan sólo la sensación consciente del instinto subconsciente de autoconservación, que provocará que el cerebro ordene la acción defensiva, traducida en una serie de acontecimientos fisiológicos que ocurren en el interior de nuestro cuerpo.

Cuando nuestro cerebro detecta una amenaza, se producirá un estado de alarma en el hipotálamo, la cual se transformará en una emoción que provocará que aparezcan en la corriente sanguínea unas sustancias hormonales producidas principalmente por las glándulas suprarrenales y por las gónadas tiroideas e hipofisiarias, las cuales tienen una acción directa sobre concretas áreas cerebrales. De estas sustancias hormonales las más conocidas son las producidas por las glándulas suprarrenales, que están incluidas en el grupo de las catecolaminas (la adrenalina y la nor-adrenalina).

La hormona adrenalina, fabricada por las células cromafines de las glándulas suprarrenales, aparece en grandes cantidades como respuesta a estados de ansiedad y miedo, mientras que la hormona nor-adrenalina (derivada de la anterior) aparece en mayor cantidad de lo normal en los casos de agresividad (como ya comenté en la anterior entrega de esta serie).

Estas sustancias hormonales se hallan almacenadas en pequeños saquitos, dispuestas a liberarse a la circulación sanguínea en situaciones de estrés o emergencia que requieran una gran concentración del cerebro para tomar decisiones inmediatas que garanticen nuestra supervivencia. Otro de los efectos de la adrenalina es acelerar el ritmo cardíaco, incrementando el calibre vascular a nivel de los vasos sanguíneos de los músculos esqueléticos y aportando glucosa a los tejidos para poder quemar un mayor índice de energía, preparando todo ello a nuestro organismo para luchar o huir, en suma: para sobrevivir.

La aparición de estas sustancias hormonales en la sangre provoca una serie de cambios fisiológicos inmediatos: se incrementa el metabolismo celular, aumenta la presión cerebral, la actividad cerebral y la glucosa en sangre, al tiempo que se produce una vasocontricción arterial en zonas periféricas, lo cual se traduce en un mecanismo de defensa adicional, pues en caso de herida la emisión sanguínea será menor. Todo ello sumado a una dilatación de los vasos sanguíneos que alimentan la masa muscular, al tiempo que se acelera el ritmo cardíaco y respiratorio con el fin de llevar más oxígeno y energía (la glucosa) a dichos músculos, sobre todo a los de los miembros inferiores para tener la posibilidad de poder huir mejor. Además se produce una dilatación de las pupilas con el fin de facilitar la admisión de luz y mejorar la visión, y una mayor emisión de sudor, para facilitar un mejor control de la temperatura corporal que asciende con la producción hormonal.

Todo ello actúa como un potenciador de las capacidades físicas, ya que nuestra velocidad se incrementa y nuestros reflejos se agudizan así como desaparecen los síntomas de cansancio o fatiga que podamos tener, todo ello conduce a una mejor defensa de la integridad física del sujeto, el cual también podrá resistir mejor los traumatismos producidos por el adversario.

Con la percepción del peligro (y el miedo) surge paulatinamente la emisión de hormonas y su trasvase al fluido sanguíneo, con su correspondiente llegada al cerebro, lo cual se traduce en un sentimiento de estado de alerta que enmascara la sensación de miedo; esto se percibe claramente cuando un competidor se haya en los momentos previos a un combate, que dota a éste de una mayor eficacia. En otros casos el miedo llegará de forma más inmediata ante un estímulo más apremiante (caso de un atraco), y aparecerá la emisión hormonal con una mayor velocidad, lo que se traducirá en enfrentamiento o huida, siendo ambos, como ya he apuntado anteriormente, aspectos duales de una misma cosa: el instinto de supervivencia. Finalmente, en los casos en que el miedo aparece de forma repentina pero se trata en realidad de una “falsa alarma” (caso del clásico susto, en el que se expone al cerebro ante una amenaza pero este inmediatamente la percibe como falsa), el trasvase hormonal comienza pero de forma inmediata es detenido, con lo que la sensación resultante es de angustia, de claro shock de órdenes contradictorias, con una producción excesiva de sudor fabricado por el cuerpo para drenar el exceso hormonal que debe ser desechado de alguna forma.

Por otro lado, en el caso de una amenaza, si el sujeto opta por la inacción, aún en el caso de que el agresor decidiera desistir de su empeño criminal, el exceso hormonal en el cuerpo al no desecharse con la huida o con el enfrentamiento producirá un gran malestar psíquico y físico, cosa que pasa con la inhibición y la apatía o, como ya he indicado anteriormente, en los casos en los que en realidad no existe razón para la sensación de miedo.

Además, sin una amenaza real e inminente puede aparecer la precaución y la preocupación que son cosas distintas al miedo, aunque en general se suelan confundir, aunque también es verdad que, dependiendo de la respuesta neurológica del sujeto, la precaución, si éste se obsesiona, puede transformarse en angustia y ésta en miedo, por lo que lo ideal sería frenar o encauzar estas situaciones de forma racional antes de que una fase se transforme en otra.

EL MIEDO COMO DIVERSIÓN

Como ya he dicho, desde el principio de los tiempos la humanidad ha estado unida al miedo, hoy día este hecho continúa siendo una realidad, seguimos sintiendo miedo y seguimos acelerando el trasvase de adrenalina al fluido vital, lo cual, incluso a pesar nuestro, el excedente hormonal en la sangre generará un estímulo cortical que irá acompañado por un fuerte elemento placentero, por ello es normal que los individuos se enfrenten voluntariamente al peligro para autoproducirse miedo y generar adrenalina, de ahí el éxito de la literatura y el cine de misterio y terror, así como de los parques de atracciones, que nos enfrentan a un peligro controlado, con el que generamos un miedo, también controlado, pero también placentero.

Teniendo en cuenta la personalidad de cada persona, podemos comprobar como algunos individuos, no contentos con esta ración de estímulo hormonal, se enfrentan con otros miedos y peligros aún mayores, incluso incontrolados, por ello existen los llamados “deportes extremos” o “actividades de riesgo”: el placer de la velocidad, el placer de sentir la caída libre antes de abrir el paracaídas, etcétera, todas ellas actividades que provocan un miedo controlado y deseado por la producción de adrenalina.

Un consejo, si eres mujer, estás embarazada y te gustan las sensaciones fuertes, piensa que la adrenalina es capaz de penetrar la placenta, y que tus miedos y el estrés que producen pueden afectar al feto… precaución, siempre precaución.

EL MIEDO Y LA DEFENSA PERSONAL

Las sustancias hormonales que aparecen espontáneamente con el miedo dotan al hombre de un poder físico, psíquico e intelectual superior al que tiene en estado de reposo, con lo que, generalmente, se es más efectivo ante una agresión cuando existe miedo.

Ya lo decían los antiguos pensadores y filósofos: “el hombre acorralado y con miedo es el animal más peligroso que existe”, pues, aunque el miedo le ciegue y no piense conscientemente, su subconsciente y su instinto le guiarán siempre por el mejor camino hacia su supervivencia.
Por ello es vital para todos, sobre todo para los que practicamos artes de defensa personal íntegra, el controlar la emisión de adrenalina y la sensación de miedo, para no tener que huir para poder sobrevivir.

¿Cómo evitaremos huir cuando se produzca una situación límite y aparezca el instinto de conservación? fácil pero no sencillo: superando el pánico que nos obligará a huir y educándonos en la confianza y la seguridad de que podremos superar la situación amenazante; esta seguridad nacerá del conocimiento, con el cual lograremos que en una situación comprometida podamos controlar el miedo y usarlo en nuestro favor. Si sabemos perfectamente como realizar una eficaz defensa aparecerá dicho estado anímico: “no me podrán hacer daño, pues tengo el poder y el conocimiento”; aparecerá el miedo, y con él todas las ventajas hormonales que ello conlleva (mayor velocidad, potencia y reflejos, y menor sensación de fatiga) pero, al mismo tiempo, las enfocaremos fríamente hacia la consecución de nuestra victoria, no hacia una eficaz huida.

Resumiendo: para que  las técnicas que apliquemos en la defensa sean eficaces, debemos tener confianza en nosotros mismos y conseguir que el miedo sea nuestro aliado, y para aprender y controlar esto debemos entrenar no sólo la técnica marcial o combativa base que se entrena habitualmente en clase, sino que también debemos tener presentes otros factores:

  • Por mal que veamos la situación a la que nos enfrentamos debemos intentar la defensa. Hay que recordar siempre la siguiente y elocuente frase: “Si te defiendes podrás perder, pero si no lo haces estarás perdido”.
  • Debemos tener conciencia de que los golpes esporádicos que seguramente recibiremos durante la contienda si nos defendemos, no son tan peligrosos como el aluvión de golpes que recibiremos si somos vencidos. Cuando comprobemos que después de ser impactados aún seguimos operativos y podemos continuar con los movimientos autodefensivos que deberemos aplicar, incrementará nuestra confianza en la victoria.
  • Debemos acostumbrar nuestro cuerpo a ser golpeados por un hipotético adversario (lógicamente con golpes controlados, impactados en zonas no peligrosas). Si admitimos lo peor que puede pasar en la autodefensa, podremos ser más efectivos en la realización de ella.
  • Debemos entrenar técnicas específicas de defensa personal, con ataques burdos de puño (sin técnica marcial) y los típicos agarres y presas que se suelen realizar en la calle por personas no avezadas en la práctica marcial, con el fin de estar acostumbrados a zafarnos de dichos ataques.
  • Debemos esperar que nos ataquen con técnicas que no suelen verse habitualmente en clase, familiarizarnos con ellas y aprender a enfrentarnos a ellas.
  • En la autodefensa real debemos enfrentarnos a situaciones impredecibles, por lo que, de cuando en cuando, se deberían entrenar en clase situaciones y técnicas que simulen lo mejor posible la realidad, incluso simulando el mobiliario urbano, los postes y farolas, y los coches que se puedan encontrar en el calle; con ello se hará evidente nuestra superioridad sobre el entorno.
  • La simulación de técnicas autodefensivas no debe circunscribirse a un solo adversario, se deben entrenar situaciones de ataque de varios individuos (al menos dos o tres), ya sea desarmados o armados con las armas habituales que pueden encontrarse en la calle: palos, bates de béisbol, cuchillos.
  • Hay que tener en cuenta que con estos atracos y ataques ficticios se debe intentar cuidar de la seguridad de nuestros compañeros y la nuestra propia cuando realicemos este tipo de entrenamiento (que no se escapen los golpes, que haya un control exhaustivo de nuestras técnicas).

Con todos estos entrenamientos específicos conseguiremos la confianza necesaria para canalizar el miedo hacia la consecución de nuestra defensa. Esto sumado a la base técnica que nos da la práctica intensa de las técnicas que usamos habitualmente en clase nos dotará de las armas que usaremos en  eficaz defensa: los diferentes movimientos técnicos, el control de la pegada certera, el equilibrio cuando pateemos, la coordinación de todo el cuerpo para conseguir ser lo más efectivo posible, etcétera. Todo ello lo rubricaremos con el autocontrol que es la base de toda disciplina oriental y nos dará como resultado el control y el uso apropiado del miedo.

Finalmente diré que, si le dejas, el miedo puede dominarte, quemarte y quemar todo lo que te rodea, pero si lo aceptas y lo controlas te mantendrá caliente y preparado para la huida o el enfrentamiento, y serás más eficaz en la huida o la defensa.
Continuará en el blog la semana que viene.

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