Mi AIKIDO

Mi AIKIDO

Casi por casualidad me surgió la oportunidad de hablar del arte marcial que tanto me apasiona, cuando le escribí unas pocas líneas a Nacho pidiéndole al final del mail, que publicase algo más de Aikido y respondiéndome rápidamente que si quería podía escribir algo para la revista. Enseguida pensé que yo no era nadie para escribir de nada, pero luego me animé, al fin y al cabo es una disciplina que me apasiona y ya forma parte de mi personalidad, pienso que no necesitas ser un gran maestro para escribir de algo que te gusta. No voy a hacer un escrito aburrido lleno de referencias del fundador O Sensei o de antiguos maestros, simplemente voy a escribir lo que me sale del corazón.

Empecé haciendo Karate de la mano de los hermanos Egea, más concretamente con el hermano pequeño, Serafín, con el que todavía hoy tengo amistad. Si empecé con el Karate era porque mi hermano mayor se apuntó al gimnasio de al lado de mi casa en Leganés, y yo, como buen hermano pequeño fui detrás. Así hasta que bastantes años después cambiaron el gimnasio de localidad, probando en otro cercano pero que no me llegó a gustar, por lo que acabé dejándolo. Esa fue mi primera incursión en las artes marciales.

Algo más tarde, con una oposición de por medio y una vida ya centrada, comencé mi búsqueda nuevamente de artes marciales. Mentiría si dijese que no conocí el Aikido por medio de Steven Seagal, como tantos de mi generación, con ese arte marcial tan raro con el que lanza a los tíos por los aires mientras les rompe diferentes extremidades. Gracias a Youtube vi como es realmente, y me animé a buscar un sitio donde practicarlo. Me puse en contacto con mi actual maestro, Tomás Sánchez (7º Dan Shihan), y me invitó a ir al dojo y ver como entrenaban. Cuando llevaban la mitad de la clase ya sabía que de ahí no me iba a mover en mucho tiempo.

Las primeras clases de aikido son muy difíciles, ya que casi no te enteras de nada, no te sale prácticamente ninguna técnica, mientras que tú descubres el dolor,el indescriptible dolor, de sufrir un nikyo o un yonkyo, acompañado de una sonrisa de nage, que te explica que ya lo irás cogiendo… Todo ello además aderezado con un dolor de cuello al día siguiente que piensas que no se te va a pasar nunca, porque al día siguiente tienes nuevamente clase. Poco a poco y con mucha paciencia, vas practicando con diferentes compañeros, unos te explican una cosa y te quedas con ella, ese pie ahí, esta mano así, la cadera asá, luego cuando cambias y otro te dice otra cosa, te parece imposible hacer las dos cosas a la vez… madre mía, que frustrante es esto del Aikido. De repente un día, te das cuenta que cierta técnica la hicimos hace un par de semanas, espérate que de esto me acuerdo, no es exactamente igual porque el ataque del uke es diferente, pero me va saliendo, esto se pone interesante. Siempre digo que no eres consciente de los conocimientos que vas adquiriendo, te das cuenta cuando llega otro nuevo, con la misma cara de no enterarse de nada que tenías tú hace nada, y ves que hasta le puedes guiar en ciertas cosas. Pues algo estaremos haciendo bien, ¿no?

Entonces llegó el esperado día, de muchos esperados días que tiene tu vida aikidoka, el momento en el que te ganas la hakama. Ya vas a dejar de ser el blanco, de los cuales siempre hay un grupito de tres o cuatro personas, y para mí fue un paso de gigante. Lo primero porque te integras más en el grupo, que es importante, además de la responsabilidad de todo avance que haces en la escuela, ya que eres parte de ella y quieres mantener el estatus que se supone. Ponerte la hakama es muy complicado y lioso al principio,no digamos doblarla, parece mentira como aprendes a ponértela de tal manera que ni se te mueve en el entrenamiento, llegando al punto que sin ella te sientes como desnudo, de hecho, cuando veo algún judoka o Karateka a día de hoy, me parece que les falta algo.

Creo que lo más importante en el Aikido, si no en la vida, es la constancia. Todo lo que merece la pena es fruto de trabajo y constancia a lo largo del tiempo. Puedo decir orgulloso que nunca he faltado a ninguna clase por alguna razón que no sea realmente importante, como el nacimiento de mi hija, llegando a ajustar mis vacaciones para salir de viaje nada más acabar el último día de entrenamiento de la semana, para llegar justo el día del primer entrenamiento de la siguiente. Ante esto, le tengo que dar a mi mujer el décimo dan matrimonial, que la pobre ha aguantado estoicamente, no solo mis clases, sino los cursos a los que voy por las diferentes provincias españolas, aunque también nos ha servido de excusa para visitar algún sitio que teníamos pendiente.

Algo tiene cuando vas a entrenar, y mientras te pones el keikogi y la hakama, charlas con los compañeros de todo un poco, del trabajo, alguno cuenta unos chistes malos día sí y día tambien, de las lesiones, de algún alumno que hace mucho que no ves y te preguntas qué le habrá pasado; pero cuando entras en el tatami, ya es otra cosa: reina el silencio, sabes cual es tu sitio, desde ese lado izquierdo (donde se ponen los cinturones blancos y la gente con menos nivel), hasta el lado derecho, donde tengo la suerte de entrenar con quintos danes a diario. Durante la clase, además de la explicación y los apuntes del maestro, solo se oye al compañero contando las técnicas, y los golpes en el tatami. Se va creando una atmósfera penetrante, con la intensidad del entrenamiento de la que es difícil salir. Y cuando acabas te pegas una ducha y vuelves a las obligaciones diarias reseteado completamente.

Y así, vamos aprendiendo día a día, un poquito de aquí, un poquito de allá, siempre intentando absorber todo lo que pueda de todo el mundo, sin importar rango, edad o lo que sea (creo que de cada persona tienes algo que aprender). A día de hoy poseo el tercer Dan y creo que mi viaje no ha hecho nada más que comenzar. Me comparo con los compañeros que estaban ahí cuando llegué y veo una evolución increíble en todos ellos. Me gusta pensar que también yo he evolucionado, siempre sin rencores, sin competición, sin piques, simplemente ayudándonos los unos a los otros, los veteranos a los que no lo son tanto, haciendo esto que tanto nos gusta y nos une como si fuésemos una familia.
aikidotsanchez.com

 

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